Carlos Villagomez
Reflexiones desde el sur sobre la obra de Marcello Guido
Plantearé un texto comprometido sobre la obra arquitectónica de Marcello Guido. Digo un texto con riesgo intelectual porque, en estos tiempos plurales, así deben ser las disquisiciones sobre el arte, la arquitectura y la cultura. Son tiempos que obligan y comprometen a miradas diversas sobre los oficios creativos. Vivimos los tiempos de las “múltiples modernidades”[i], que permiten a un arquitecto del sur rearmar, en un sentido periférico, las ideas sobre la modernidad y lo contemporáneo en arquitectura. Para desarrollar estos pensamientos posaré la mirada sobre una obra de integración arquitectónica que realizó Marcello Guido el año 2000: la Piazzetta Toscano en Cosenza.
Y esta elección tiene un antecedente. Conocí a Marcello Guido en la XV Bienal de Arquitectura de Quito Ecuador del año 2006, en una mesa de presentaciones temáticas en la que se intercambiaban las obras contemporáneas, de Latinoamérica y del mundo, insertas en áreas patrimoniales. Ahí tuve la ocasión de conocer su trabajo en Italia y de empezar a discutir con él sobre las diferentes maneras que tenemos sobre la arquitectura y la historia. Somos arquitectos con visiones diferentes sobre la arquitectura de integración, con caminos diversos, con líneas y trazos que se bifurcan. Por la intensidad manifiesta de ambos, es que debo a Marcello este texto con la certeza de que, los caminos que se bifurcan, son los que verdaderamente enriquecen.
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¿Cómo escribir sobre un texto que, históricamente, narra espacios con memorias? ¿Cómo participar de un palimpsesto arquitectónico? Son preguntas que emergen cuando tenemos un encargo que debe insertar una obra contemporánea sobre un contexto histórico. Por la exigencia del tema recurrimos a los ejemplos paradigmáticos de la historia y de todos ellos, creo como otros tantos colegas, que la mayor obra de integración de la historia de la arquitectura es la iglesia barroca de Sant’Ivo alla Sapienza (1642-1660) de Francesco Borromini (1599-1667). En ella, como en toda obra maestra, se conjugan dos ingredientes indispensables: el genio innovador y la geometría. La inventiva de Borromini, idiosincrática en extremos, pudo engarzar sobre la estructura de un patio-anillo renacentista, una gema barroca de seis puntas., Con un trazo reunió doscientos años de historia en una continuidad espacial. Esta propuesta, que el dibujo original hace parecer de una consecuencia fácil, fue en su momento un remezón, una variante espacial difícil de digerir. El juicio de entonces fue parco y como toda la obra del genial arquitecto barroco, fue tardíamente reconocida.
Dibujo de Borromini. Sant´Ivo alla Sapienza.
Para entender ese gesto, su inicial rechazo y su posterior aceptación, de una manera más intrínseca que los dictámenes del recurso historicista, es imprescindible que exprese algunas apreciaciones personales que tengo sobre el arquitecto y la geometría.
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Creo que cada arquitecto nace con un entendimiento geométrico en su interior. Es, afirmaría sin miramientos, como un sentido más. Es como una marca de nacimiento y una cualidad espiritual profundamente enraizada. Como un registro genético que en nuestra vida se hace visible, o “se revela” a la manera que entiende Edward O. Wilson. Con ese sentido particular comenzamos a comprender la espacialidad que nos rodea y con él, cada uno de nosotros representa su línea y su proporción. Ningún arquitecto, que se precie de tal, puede eximirse de esa geometrización que porta su espíritu. Creo que esa es la condición que marca, indefectiblemente, nuestras diferencias.
Este sello personal va más allá de los contrastes que nos imponen los tiempos en que nos toca vivir y puede ser más indentitario que la misma cultura o nuestro lugar de origen. El espíritu del tiempo y del lugar sería, metafóricamente hablando, como el químico que revela esa faceta personal. Creo que la geometría, pensada así, como una determinación genética, se anticipa a todo nuestro proceso formativo, a nuestras tendencias, a nuestros estilos y define nuestros caminos en el oficio de crear espacios.
Con esa evidente carga de una línea y una proporción innatas, pienso que Marcello Guido propone la Piazzetta Toscano del año 2000 en la ciudad de Cosenza. Contrapone geometrías, que le son propias, a un tejido histórico existente que lleva una tesitura diferente. Se suma al palimpsesto con un trazo de ruptura. Se sale, conscientemente, de los límites de las líneas subyacentes que están, históricamente conservadas, en ese texto espacial. Son gestos que me mueven y me provocan desconciertos. Pero no olvido también, que tales desarreglos fueron provocados en otros ejemplos de la historia que ahora conviven en la actualidad y con otros niveles simbólicos.
Las diferentes aproximaciones a la arquitectura de integración son maneras diversas de sentir, en el pleno sentido del término, la geometría. Y pienso que son, además, aportaciones a ese espíritu atemporal y sin lugar, que tiene ese cuerpo de creación humana que es la arquitectura. Por eso creo, que estos gestos espirituales, tan diferentes, van más de las interpretaciones emergentes de la historiografía arquitectónica o de la linealidad de los procesos históricos de determinada sociedad que sólo han mutilado ese cuerpo.
Con este pensamiento divergente, que se sitúa más en un espíritu universal, y consciente de nuestras diferencias, aprecie en Quito la obra de Marcello Guido. Porque valoré sensiblemente otro factor fundamental: sus esquemas y dibujos. En los trazos se vislumbra la única vía posible en que los arquitectos demostramos si tenemos el valor espiritual y geométrico. Si nuestras arquitecturas de integración difieren en un abanico tan diverso (que va desde los esquemas que acompañan al trazo preexistente a los esquemas que se inscriben por contradicción), es por ese sentido innato, el cual se refleja de forma más evidente en el dibujo que en su propia materialización.
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El dibujo a mano, es el único medio capaz de visualizar esa comprensión geométrica que porta nuestro espíritu, y es vital en el inicio de todo el proceso de la arquitectura. Marcello Guido me transmitió en su charla esa manera de entender el proceso. Mostró como da a ese ejercicio solitario del dibujo, del trazo revelador, la importancia como si se tratara de un momento de revelación. Personalmente recordaba ante las imágenes presentadas por Marcello, que tal instante no puede ser reemplazado por un ejercicio comunitario y menos por un ejercicio digitalizado. El espíritu de la geometría que llevamos dentro, se manifiesta en la medida en que usamos menos artefactos posibles. El lápiz será por ello, y por mucho tiempo más, el artilugio idóneo para la manifestación de ese sentido.
Aparte de ello, pienso como muchos, que cada arquitecto conlleva una manera de resolver sus trazos y de generar con ello una propuesta creativa tan válida como la misma obra construida. Como soy partidario de la preponderancia de la idea sobre la materia, cada boceto coloreado de Marcello Guido, me aportó más guías sobre su mundo particular que las fotografías y el texto que las acompañaba. La foto y la palabra nos traicionan a la hora de juzgar y de explicar las obras. Prefiero seguir la línea contemplativa del sentido geométrico. El trazo es la manifestación mayor de la idea y la idea es el puente entre el sentido innato y la realización material, y así valoré los trazos de Marcello Guido. Con ellos me demostró la honestidad de su arquitectura de integración y con ellos vi, más expresivamente, su recorrido personal del concepto al edificio.
Dibujo de cubiertas. Piazzetta Toscano.
El paso del tiempo juzgará a la Piazzetta Toscano como juzgará a otros esquemas más convencionales. Para intentar presagiar ese juicio, puedo bosquejar algunas reflexiones a modo de epílogo.
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Christian Norberg-Schulz[ii] señala e ilustra, con tipologías diferentes a las de Marcello Guido, que la arquitectura de carácter regional trascenderá en el tiempo si porta dos atributos: el de Revelar y el de Complementar. Revelar, que es la manera simbólica de mostrar una cultura y una sociedad, es quizás el atributo más fácil de lograr en el ejercicio de la arquitectura. Los ejemplos de la posmodernidad son quizás la prueba irrefutable de esa manera placentera de ligarse a un contexto cultural. Pero, aventurarse a complementar es ya una tarea monumental. En esa línea, debes atreverte a alimentar tu historia y tu contexto con esquemas heterogéneos y hasta inéditos; que las más de las veces, son atrevidos. Creo que en ese desafío se inscribe la obra de integración de Marcello Guido. Con un entendimiento teórico e histórico, meditado y consecuente que debo reconocer, incorpora su universo geométrico.
Desde la primera vez que vi en Quito, La Piazzetta Toscano de Cosensa, la obra me sigue perturbando de una manera positiva. Me impulsa a preguntarme el sentido de nuestro tiempo y la validez de nuestras representaciones en el espacio. Además de ello, debo ennoblecer dos cualidades que he sentido en la personalidad de Marcello Guido: la honestidad y la pasión. Sin ellos, lo sabemos todos, la arquitectura carece de esencia. Sin ellos no es posible sostener las ideas, ni es posible ser consecuente hasta la médula.
Por el momento sólo nos quedan los instrumentos de la actualidad para juzgar las obras. Pero, creo que basarnos en el transcurso lineal de la historia, muy propio de la modernidad euro centrista, puede llevarnos a equívocos a la hora de juzgar la arquitectura y su ubicación en la historia. Prefiero dirigir mis pensamientos hacia ese espíritu subyacente en cada uno de nosotros, aunque nos separen orígenes y culturas. Quizás tengamos más en común que sólo las diferentes maneras de geometrizar nuestras obras. Quizás, entre Marcello y mi persona tengamos mucho más en común que lo arquitectónico aparente y eso sea culturalmente más importante.
Carlos Villagómez
La Paz, Bolivia marzo 2011.